Carlos, el prestamista más temido del barrio, tomó su celular y marcó un número con impaciencia.
—¿Aló? ¿Blanca? ¿Qué pasó con mi dinero?
Del otro lado, una voz tranquila respondió:
—¿Y el saludo, Carlos?
Carlos bufó, perdiendo la paciencia.
—¿Qué saludo ni qué nada? ¡Hablemos de lo importante! ¿Por qué no son puntuales con lo que se les presta? Necesito que me paguen hoy mismo, o no saben de lo que soy capaz.
Blanca, con un tono temeroso, intentó calmarlo:
—Carlos, por favor, ¿puedo pagarle la otra semana? Le prometo que sin falta le doy el dinero.
Pero Carlos estaba furioso.
—¡¿La otra semana?! No, no, no… ya voy por mi plata. Y si no me la da, le rompo los vidrios, las puertas, le cojo el carro a piedra… No sabe de lo que soy capaz.
Blanca, ya con la voz entrecortada, apenas pudo murmurar:
—Mañana sin falta le pago…
Carlos suspiró, más tranquilo.
—Bueno… pero que sea verdad. No me gusta que me vean la cara de tonto. Así quedamos entonces. Nos hablamos mamá. Ah, y no se le olvide salir bien abrigada si va a la tienda, que está haciendo mucho frío. Dígale a mi papá que mañana no puedo acompañarlo al médico.
Moraleja: Cría cuervos… y te cobrarán con intereses. 😆
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